Benicio, “el Tony Ferreira” nació en Puerto Casado, tierra de obrajeros y rudos hombres del río, en el año 1941. Empezó a jugar en el Olimpia a principios de los años ’60, destacándose por su gran habilidad, depurada técnica y respetable fortaleza física. En 1963 y 1964 jugó en Boca Juniors, en donde le costó hacer pie, para después ser transferido a Racing. Más tarde fue a jugar en el Deportivo Pereira de Colombia, pasando luego al Deportivo Cali, donde jugó dos años y llegó a ser admirado por sus grandes condiciones técnicas.
De la misma generación de grandes jugadores como Félix Arámbulo, Aníbal Bordón, Ignacio Achucarro, Kiko Reyes, Pablito Rojas o Idalino Monges, el Tony fue desde siempre un símbolo del Decano. No en vano una de las primeras hinchadas organizadas del club llevo su nombre, bajo la conducción del no menos legendario Virgilio Díaz de Bedoya, el recordado “Comité Central Benicio Ferreira”.
Desde 1969 Benicio vuelve a Olimpia consagrándose campeón en 1971, aportando su gran experiencia a aquel renovado equipo de José de la Cruz Benítez, Tito Correa, Carlos Diarte y el exquisito Crispín Rafael Verza, su sucesor natural en el mediocampo decano. Aquel equipo también supo tener al gran Américo Godoy, el talentoso botellón y por supuesto al zigzagueante Lorenzo Giménez.
Contemporáneo de Dionisio Arsenio Valdez, de Guaraní, y testigo del surgimiento deslumbrante de un joven llamado Saturnino Arrúa en el tradicional rival, Ferreira forma parte de aquellas camadas de jugadores que mezclaban potencia física con alto nivel técnico en el manejo del balón. Ya no quedan muchos con estas características. Fueron aves de refinado plumaje en el variado corral del balompié local. Rara Avis, magos de la número 5. Únicos en su género.
Yo lo vi jugar en aquel retorno glorioso de principios de los ’70. Fui testigo de aquellos 4 goles que marcó en un partido de Copa y por supuesto íbamos a verlo hasta en las prácticas de fútbol de los jueves en los que el Chema José María Rodríguez daba indicaciones a pupilos de la talla de Apolinor Jiménez, Pedro Molinas, los hermanos Alcides y Flaminio Sosa, Leoncio Cíbils y por supuesto el gran Tony, que siempre parecía vestido de frac, galera y bastón.
Anécdota
En plena niñez un día planeamos con los amigos del barrio ir a saludar personalmente al crack. Averiguamos en la guía telefónica que vivía en Lillo y Motta, pero no pudimos llegar porque aquel ya era un paraje muy lejano de nuestra ciudad por aquellos años. Igual lo llamamos por teléfono y nos atendió deferentemente. Un señor dentro y fuera de la cancha.
Dicen que ayer murió, pero yo no creo en esas cosas, sobre todo cuando atañe a un súper héroe de mi niñez y adolescencia, cuando esperábamos ansiosos que llegue el domingo para ir después del almuerzo al Manuel Ferreira, para ver el gran espectáculo de ese otro Ferreira que nos deslumbraría durante noventa minutos con aquel juego que en sus pies se asemejaba a un delicado ballet.
Se marchó el gran Tony, se fue a brillar con su amplia sonrisa por los campos infinitos del fútbol eterno, allí donde hace un tiempo ya juegan muchos de sus viejos compañeros de aventuras futbolísticas que deslumbraron a miles que lo seguiremos recordando hasta el final.
MF