
El Dicasterio para la Educación y la Cultura, uno de los dicasterios de la curia romana, ha enviado a Paraguay a dos delegados, el arzobispo de Río de Janeiro, cardenal Orani Joao Tempesta y el oficial de dicasterio para la Doctrina de la Fe, monseñor Jordi Bertomeu Farnós, a fin de escuchar y ampliar el conocimiento de asuntos relacionados a la Universidad Católica, en particular, a raíz del caso de supuesto acoso a una alumna en el 2014.
La joven Belén Whittingslow fue quien denunció a su profesor de ese entonces Cristian Kriskovich, por presunto acoso. La misma vive hace años refugiada en Uruguay debido a una orden de captura en contra suya por supuesto caso de compranotas, aunque hace unas semanas, la Corte Suprema anuló dicha orden, luego de años de odisea lejos de su familia.
De acuerdo a lo informado por la propia Universidad Católica, el objetivo del envío de los dos enviados del Vaticano, es es estrictamente eclesial y de acuerdo a lo dispuesto en las normativas canónicas.
¿Quién es Jordi Bertomeu? Aquí un recopilado de Vanityfair
Es uno de los hombres clave del entorno del papa Francisco, probablemente uno de los que le genera más confianza dentro del Vaticano. Una especie de 007 encargado de investigar para el pontífice los casos de abusos sexuales a menores protagonizados por el clero de la Iglesia católica.
Casi nunca habla con los periodistas. Es consciente de que su delicada, compleja y muy confidencial tarea como oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición o Congregación del Santo Oficio) debe ser discreta, alejada de los focos mediáticos y del ruido que estos comportan. Ejerce su honestidad, su capacidad de servicio y de trabajo, con un espíritu de sacrificio a prueba de bombas y con una delicadeza y una firmeza elogiada en especial por muchas víctimas que lo conocen y que valoran su alma de pastor.
En muchos casos, él ha renovado la confianza que habían perdido en la Iglesia, los ha escuchado y acompañado. Los ha ayudado a recuperar la autoestima y las ganas de vivir. Asimismo, los ha alentado a dar a conocer sus trágicas historias y a facilitar así que pueda hacerse justicia.
Reservado, muy cauto, siempre midiendo las palabras, monseñor Jordi Bertomeu i Farnós es el gran desconocido de la Santa Sede. Un personaje tan oculto para la opinión pública como clave actual mente para la imagen e incluso la supervivencia de la Iglesia católica. Nació en la ciudad catalana de Tortosa en 1968, estudió Derecho en la Universidad de Barcelona y cursó estudios de Teología en el Seminario de Tortosa antes de ordenarse sacerdote en 1995, cuando ya tenía veintisiete años. Es doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En el año 2012 empezaría a trabajar como oficial de la Sección Disciplinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio del Vaticano. Simultanea esta tarea con el cargo de vicario judicial de la diócesis de Tortosa, al que accedió en 2002.
En una entrevista para Vanityfair, el mismo dio detalles de su papel:
¿Qué rol desempeña usted en la Congregación para la Doctrina de la Fe?
Desde 2012 soy oficial de una congregación o dicasterio vaticano que en el pasado se conocía como Santo Oficio o Inquisición romana. De hecho, es la tercera «inquisición» en el tiempo, heredera de las inquisiciones «medieval» y «española» de la época de los Reyes Católicos. Soy plenamente consciente de que en el imaginario popular la Inquisición no tiene buena fama. De hecho, ha sido caricaturizada y a menudo convertida en un chivo expiatorio. Os confieso que en mi trabajo diario he aprendido a respetar y a querer esta institución de casi quinientos años de vida, que nació con la aparición del protestantismo.
¿No le da cierto reparo trabajar para la Inquisición?
Un poco, sí. Es un lugar con una fuerte carga histórica, y para un apasionado de la historia como yo es un privilegio. Trabajo en un lugar que cuenta con los documentos que demuestran que Lutero pudo difundir los postulados de su reforma gracias no solo a factores sociales del momento, sino también a la corrupción que se vivía en algunas instancias eclesiales.
De hecho, si fuésemos capaces de juzgar el pasado de manera anacrónica y nos atuviéramos a los datos y los estudios históricos, podríamos reconocer que la Inquisición, más allá de sus errores y excesos, hoy condenables, en su momento fue un intento bastante exitoso de poner orden en un conflicto religioso interno y externo de manera rigurosa y equilibrada. Insisto, siempre de acuerdo con la mentalidad y la legalidad del momento.
Aún hoy continuamos trabajando como tribunal para la doctrina y las costumbres, para tutelar lo más preciado que tenemos: nuestra fe. Si al principio se perseguía la herejía protestante y los comportamientos que lesionaban la fe de los sencillos, como la magia, la brujería, la blasfemia e, incluso, la usura, hoy nos encontramos ante un pecado y un delito muy grave al que debe darse respuesta: la pederastia, favorecida por un nuevo medio de comunicación, Internet. Los nuevos tiempos requieren nuevas respuestas. Una Iglesia que aprende de los erro res pasados, pero siempre atenta a los signos de los tiempos.
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