Son años de descomposición sostenida. De un sistema penal calificado de los más corruptos y deshumanos del mundo, lo que nos ha valido duras sanciones internacionales, e incluso un vergonzoso capítulo especial de la serie de Netflix “Inside the world’s toughest prisons”, conducida por el ex convicto Raphael Rowe, que a nadie pareció inquietar localmente, pese a las atrocidades que allí se exhiben.
En ese capítulo se exhiben sin tapujos los detalles de un lugar en el que no existen las más mínimas condiciones de rehabilitación de los internos, en donde imperan el más fuerte y el dinero, hasta conformar clanes internos que dominan la situación dentro de la cárcel y organizan todo tipo de hechos ilícitos que se cometen diariamente afuera.
Se habla de Tacumbú, pero en realidad debiéramos hacer referencia a todo un sistema abyecto y perverso en el que nuestras cárceles superpobladas y miserables, no hacen sino reproducir a seres deleznables que una vez liberados volverán con más saña y odio sobre el sistema social que los envió a esos centros de especialización de la delincuencia, con la ilusoria idea de que allí sus oprobiosas conductas serían castigadas y corregidas.
Es la herencia pesada de una dictadura que comenzó aplicando este sistema a sus adversarios en los campos de concentración de Emboscada, Abraham Cué y varios fortines del Chaco, hasta donde iban a parar los huesos de quienes se oponían a aquel régimen inhumano, pasando previamente por las piletas y picanas de investigaciones, la técnica y varias comisarías de la capital.
Un modus operandi que luego se generalizó, con la salvedad de poder evitar dichos maltratos mediante la paga de cuotas de protección, que garantizaban mejores condiciones y alguna incipiente seguridad para los huéspedes de mejor condición económica. Se creó así un negocio multimillonario con el alquiler de departamentos exclusivos, privadas de lujo y provisión de todo tipo de productos suntuosos, incluyendo drogas y alcohol a los así llamados presos VIP.
De esta forma el sistema, que nunca más retrocedió, y creó una prospera industria de administración de penales, generó una estructura millonaria que ningún gobierno ni ministro de turno pareció muy interesado en desmontar. Es un negocio demasiado grande como para animarse a destruirlo. Con ese dinero se financiaron fortunas personales y hasta campañas políticas. Las cárceles del Paraguay así concebidas en su funcionamiento se convirtieron en una verdadera mina de oro.
Hasta que el tema se fue de proporciones y el monstruo creado por el propio sistema político se vio rebasado, como ahora ocurre, por los clanes que ellos mismos sostuvieron durante años en el control del negocio, adoptando a los mismos como socios comerciales, necesarios e inevitables.
La operación “Veneratio (vis vires)”, del latín “Respeto por la fuerza”, del día de hoy, puede ser el comienzo de una nueva política penitenciaria que ojalá encauce el sistema hacía una modalidad más severa, pero siempre dentro del marco del marco legal vigente.
Dentro de la ley, pero con la suficiente firmeza como para terminar este imperio del desorden y la delincuencia, tan emparentada históricamente con el poder político de turno.
MF