Kucky no era un tipo fácil. Como casi todos los músicos de su generación. Es que los años lo fueron curtiendo y lo hicieron refractario a los elogios de gente poco informada y las lisonjas de quienes en realidad no comprendían su arte musical.
Lo suyo era la docencia y esa vida casi huraña en donde nadie ni nada se salvaban de sus acidas críticas. Aún así era un tipo entrañable escondido detrás de una máscara de hombre duro.
Ya casi no recordábamos su verdadero nombre: Ramón Ernesto Villalba, nacido en Resistencia, Chaco argentino en 1934, quien llegó a Paraguay en 1957 y se quedó para siempre entre nosotros, a Dios gracias.
Digo a Dios gracias por que fue merced a maestros como Kucky, Carlos Schvartzman, los hermanos Barreto, Nene y Papi, Palito Miranda, Chocho Alvarenga, Pedro Burián y un puñado de soñadores, que el jazz levantó vuelo en nuestro firmamento musical y nunca más dejó de ser poderosa influencia en la formación de jóvenes músicos de todos los estilos.
Kucky, bautizado así por el legendario locutor y animador Bernardo Aranda, no tardó en participar de la movida musical local de fines de los ’50 y comienzos de los ’60, integrando sucesivamente los Jocker’s, el Casablanca Jazz, Harmony Club y el grupo de Tiede Smith.
Músico autodidacta de gran versatilidad, Kucky no desaprovechó sus primeros años en nuestro país, estudiando con grandes profesores como Luis Cañete y Cayo Sila Godoy, entre otros.
Yo lo conocí a fines de los ’70 y por supuesto lo escuché tocar aquella noche en la que Barney Kessell y Phil Woods dieron un inolvidable concierto en los jardines del Club Alemán, a fines de esa misma década. De a poco nos hicimos amigos más que nada por mi interés de entender a través de su arte el significado profundo del jazz.
Así tuve el honor de escucharlo en prolongadas jazz sessions que se hacían en mi casa, junto a sus discípulos jóvenes de por entonces: Nene Salerno, Roberto Thompson, Miguel Kunert, Toti Morel y varios otros.
Siempre seguí como todos los que amamos la música las incursiones de Kucky en vivo y todos celebramos la publicación, por fin, de su primer disco a los 85 años. Un trabajo del que estaba orgulloso, casi marcando un nuevo comienzo para su carrera extraordinaria. Recuerdo que como todo grande Kucky tuvo la enorme humildad de llevarme personalmente su flamante álbum musical a mi propia casa. Un honor que hasta ahora me emociona.
Luego de aquella ocasión lo visité en su departamento estudio en Villa Morra en donde hasta hace poco impartía clases y se dedicaba a tiempo completo al gran amor de su vida: la guitarra.
Nunca se me ocurrió preguntarle cuantos años tenía ni mucho menos si pensaba retirarse. Los tres pisos que había que subir para llegar a su morada eran más difíciles de superar para mí que pare él.
Así fue siempre Kucky, con una energía que parecía directamente proporcional a su amor incondicional por el jazz, por los grandes guitarristas como Wes Montgomery o Joe Pass y sobre todo por esa sabiduría que le permitió atravesar este campo de espinas aferrado a su guitarra siempre tan bien afinada y llena de buen gusto.
Hoy ese sonido ya es inmortal.
MF